LAS MAQUILAS...
Lugares donde las personas que
trabajan, en su mayoría mujeres, son violentadas cotidianamente.
Lugares en los que cumplir
unas metas muy exigentes, llegando a hacer turnos de hasta 24 horas,
con horas extra que no son pagadas, y donde las supervisoras ofrecen
diazepam para mantener despiertas a las operarias.
Lugares en los que se
añade al horario cada minuto que una trabajadora invierte en ir al
baño.
Lugares en los que no está
permitido levantar la cabeza de la máquina.
Lugares en los que aún
enferma tienes que ir a trabajar, si quieres conservar tu empleo.
Lugares en los que la humillación, los ataques verbales, los abusos
sexuales, están a la orden del día.
Lugares en los que las
trabajadoras ganan en 15 días de trabajo lo que vale en Estados
Unidos una de las cientos de camisas que confeccionan cada día.
Nuestra historia es la
historia de algunas de estas mujeres que trabajaron en una de tantas
maquilas que existen en El Salvador. Una empresa que dejó de
pagarles sus prestaciones y hasta sus salarios, y que, finalmente,
cuando la gente se organizó para luchar, se
declaró en quiebra y cerró. Ellas emprendieron toda una lucha para
conseguir lo que era suyo, y aunque sólo 19 de los 64 casos
presentados lograron cobrar el dinero que les correspondía, esta
situación dio inicio a un proceso que trasformó sus vidas...
Ahora tienen su propia
cooperativa de trabajo, en la que las ganancias se reparten entre
todas, y "lo primero son las personas y no el dinero".
Saben muy bien, porque lo han vivido, qué implica trabajar para que
otro se enriquezca a tu costa, y no quieren reproducir estos
patrones. Ellas dicen que no tienen muchos conocimientos, pero sus
palabras hablan alto y claro sobre explotación, clases sociales,
reparto desigual de la riqueza, injusticia social, maltrato laboral,
...
La suya es una historia
de esperanza, porque para ellas es fundamental que el eco de su
historia llegue a todos lados, y poder trasmitir lo que han
aprendido a otras mujeres y hombres que trabajan en las maquilas y no
saben cuáles son sus derechos, por eso están organizadas en un
sindicato. Saben que el miedo es una barrera difícil de sortear,
porque ellas también aguantaron muchos años en la maquila por miedo
a perder su empleo y no tener qué dar de comer a sus hijos e hijas,
pero también saben que si las trabajadoras se unen pueden tener la
oportunidad de mejorar sus condiciones laborales y darle dignidad a
su vida. Tienen muy claro que lo que pasa en la maquilas tiene que
darse a conocer en los países en los que la gente consume esa ropa
de marca que aquí se confecciona, porque según ellas, "cuanto
más conocida es una marca más grande es la explotación que se vive
en la maquila".
Es una historia
de las que te llenan de rabia, una rabia histórica, pero también es
una de esas historias que muestran la fortaleza de quienes, a pesar
de las dificultades, creen firmemente que lo colectivo es la única
forma de salir adelante con dignidad.
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